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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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18-11-2009

 

 

Samuel Blixen

 

Lacalle y el periodismo

 

SURda

Brecha

A Luis Alberto Lacalle quizás le ocurra lo que le ocurrió a José María Aznar, el líder del derechista Partido Popular español, y a su delfín, Mariano Rajoy. Faltando tres días para las elecciones generales del domingo 14 de marzo de 2004, y cuando las encuestas otorgaban al candidato Rajoy una ligera ventaja sobre el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, se sucedieron el jueves 11 cuatro atentados terroristas en las líneas del metro de Madrid que cobraron 192 víctimas. Aznar no resistió la tentación de atribuir los atentados al grupo separatista vasco eta, por más que no contaba con ningún elemento probatorio. Como jefe de gobierno estaba en inmejorable posición para saber si eso era cierto o no. No lo era, como se probó más tarde: los atentados fueron autoría de grupos islámicos. Pero Aznar consideró que la amplificación de la mentira acarrearía agua al molino del candidato Rajoy, en el supuesto de que, ante hechos de tal magnitud, el electorado optaría por reforzar la conducción de un gobierno que exhibía como uno de sus pilares la mano dura y la intransigencia en cuestiones de seguridad. El electorado español se indignó ante tal manipulación; los correos electrónicos y los mensajes de texto por celulares suplieron la veda informativa, y la ciudadanía terminó otorgando una victoria a Rodríguez Zapatero en lo que constituyó un plebiscito contra el desprecio de la derecha en cuanto a la capacidad de juicio de la sociedad.
Las manipulaciones de Lacalle y sus colaboradores herreristas en el “operativo enchastre” contra dirigentes de la izquierda, a propósito del episodio del arsenal descubierto en Aires Puros, exhiben esenciales puntos de coincidencia en los estilos pero marcadas diferencias en cuanto a la coyuntura. Lacalle no lleva la delantera en la carrera electoral, va 20 puntos por debajo en la preferencia ciudadana (lo que de por sí merecería un gesto honorable de humildad) y los esfuerzos por instalar un clima de “guerra fría” (al decir de Juan Raúl Ferreira) sólo revelan el estado de desesperación por una batalla perdida de antemano.
Esa desesperación, sin embargo, con su costado de sainete, encubre la irresponsable determinación de apelar a cualquier método para revertir lo irreversible. Es, sin duda, un peligro que los ciudadanos deberán sortean en estos 15 días que faltan para el domingo 29. La fórmula blanca no sólo considera estúpidos a los uruguayos, a los que cree que se puede llevar de las narices sólo porque cuenta con una plataforma de medios de comunicación que reproduce la irresponsabilidad. También es insensible al estado infundado de alarma que genera inventando una vinculación política con el episodio del arsenal. El contador Saúl Feldman era, probablemente, según surge de los últimos elementos recabados, un simpatizante del Herrerismo y un militante de la extrema derecha; pero no por ello debe concluirse que el Herrerismo se prepara para la subversión. Lacalle –y sus “chirolitas” del Partido Colorado (en la definición del senador Eleuterio Fernández Huidobro)– no tienen ningún prurito en sugerir que el candidato presidencial de la izquierda se prepara para la guerra, la guerra contra sí mismo, contra las mayorías parlamentarias que acaba de conquistar, contra el 50 por ciento (menos algunos decimales) de la ciudadanía que curiosamente lo respaldó en la primera vuelta, a pesar de su pasado guerrillero, de que vive en un sucucho y que tiene estilos de Cantinflas.
No hay punto de apoyo fáctico en esa manipulación que el spot publicitario impulsado por el Partido Nacional y difundido en el Interior pretende instalar al mostrar una foto de Mujica en una composición gráfica que simula ser un periódico con el título “Arsenal guerrillero”. Lacalle y el jefe de su campaña, el senador Gustavo Penadés, han justificado la propaganda publicitaria diciendo que se trata de un “informativo” con un “formato original”. La explicación deja en evidencia la concepción del candidato blanco respecto de la comunicación periodística. Un político podrá exponer sus opiniones y eventualmente responsabilizarse donde sea (si no apela a las inmunidades de algún cargo), pero la diferencia entre la opinión y la información radica en que esta última se sujeta a criterios éticos, el primero de los cuales reclama que la noticia sea veraz, y sus extremos confirmados, antes de divulgarla. Simular una campaña política con la cobertura de un “informativo” es atentar contra los fundamentos del periodismo, es menoscabarlo, degradarlo. Y es peor aun cuando la “información” es mentira a sabiendas. Y más, todavía, cuando la mentira se difunde sin atribuirse la autoría.
Los dirigentes blancos no tuvieron otra alternativa que admitir que habían contratado esa publicidad cuando quedó al descubierto cómo y dónde había sido contratada. Y entonces juegan con el concepto del “formato original” para explicar el encubrimiento. No han admitido, en cambio, el otro costado de la “operación enchastre”. Ningún dirigente blanco se ha hecho responsable hasta ahora de las llamadas telefónicas a las redacciones de diarios para ordenar, o sugerir, que las coberturas periodísticas vinculen el episodio del arsenal con motivaciones políticas de la izquierda. El diario El Observador denunció el intento de “vender carne podrida” y se abstuvo de asumir la responsabilidad de la noticia. A los interlocutores que hicieron la llamada –y que ofrecían “documentos” de origen “policial y militar”– se les dio la posibilidad de que asumieran ellos la responsabilidad; el hasta ahora anónimo interlocutor prefirió mantenerse en su condición de “fuente reservada”. Primero el diputado Gustavo Borsari y después el senador Gustavo Penadés declararon no haber sido los autores de esas llamadas; no saben “si algún otro las hizo”, pero no parecen muy ansiosos por despejar la incógnita. Alguien del Herrerismo, con cierta jerarquía, sin dudas, ejerció esas presiones, que si en el caso de El Observador naufragaron, en el caso de El País prosperaron. Algunos periodistas de El País denunciaron que han declinado firmar sus crónicas porque los editores las modifican. Y periodistas de otros medios han sufrido esa ignominia: Jorge Batlle, que suele hacer declaraciones pero no permite preguntas, llamó a los directivos de un canal sugiriendo que se emitiera parte de una entrevista, pero que se omitieran otras. Y así fue.
Hay una impunidad que deriva de la facilidad con que los ejecutivos de los grandes medios se arrodillan ante las directivas de los políticos. Pero en el caso del “enchastre” era tan flagrante la manipulación que los políticos debieron montar sus propios “informativos” para decir lo que no se animaban ni siquiera los más obsecuentes, que estaban dispuestos a amplificar las “vinculaciones” de Feldman con Julio Marenales, pero que no llegaron al extremo de hablar de un “arsenal guerrillero”.
El senador Penadés sostuvo, en una entrevista con el programa Buscadores, la interpretación de que la “campaña electoral es dura, pero no sucia”. A su juicio, Lacalle “está en carrera”. Desde las filas de su propio partido hay quienes sospechan que el “enchastre” resta votos, en lugar de acumular. Penadés admitió que es posible que dentro de un tiempo se considere que los spots fueron un error. Pero por ahora no. Esto plantea la interrogante de qué otro operativo están dispuestos a montar los herreristas si el actual no da réditos electorales.

Samuel Blixen


 

 

 
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